Cooperación internacional15/09/2023

Mi frontera, su dignidad

"La realidad de la frontera nos abre la mente y nos trae a primera línea que no sólo existen personas desfavorecidas y excluidas por nuestra sociedad, sino que además existe un sistema establecido que las amenaza y las relega a seres inferiores en dignidad desde el origen".

Este verano he tenido la gran suerte y oportunidad de viajar a conocer la realidad de la frontera en Ceuta, y también una pequeña realidad de Marruecos en Castillejos, a través de la acción de la Asociación Elín, a quien agradezco su acogida durante esta semana a través de las hermanas Vedrunas que viven allí al pie del cañón, entregando sus vidas. Con ellas nos puso en contacto nuestro delegado de Migraciones en Jaén, Jesús Castro, con nosotros en la expedición. También agradecer al equipo de Cooperación Fraterna de Cáritas Jaén, a la cabeza de Sonia Quirós, y al resto de acompañantes, como nuestro responsable de Programa de Migrantes, Alvaro Montejo, técnicos de distintos ámbitos, como Administración, Pilar Abellán; Territorio, Carmen Cordero, y Comunicación, Ángel González.

Son muchas las realidades y ámbitos de acción social que vemos en nuestra Cáritas en Jaén, pero con viajes como este me doy cuenta de que vemos sólo una realidad muy escasa y bastante reducida. La realidad de la frontera nos abre la mente y nos trae a primera línea que no sólo existen personas desfavorecidas y excluidas por nuestra sociedad, sino que además existe un sistema establecido que las amenaza y las relega a seres inferiores en dignidad desde el origen.

He aprendido con esta experiencia que cuando vemos a personas migrantes en nuestro territorio no entendemos ni sabemos su verdadera realidad ni su esencia, y que no nos damos cuenta de que en su mayoría están en tránsito, en camino. La Asociación Elín nos mostró que los viajeros que llegan (consiguen llegar con muchas trabas y peligros) vienen a un oasis en Ceuta, con la alegría de estar y haber llegado a un sitio donde pueden descansar en su camino. Pero la sociedad en Ceuta lo que ve es un espejismo, cada cual a su manera, nada real. De hecho, muchos las ven como amenaza o con miedo, son incomprendidos. He podido ver en Ceuta mucho silencio; con él debastamos su existencia, callamos lo que pueden entregarnos, sus talentos, su cultura, su realidad… La liberación debe venir con la necesidad de darles voz y contar su situación, de dónde vienen, sus razones, ilusiones y que vivamos con ellos una auténtica acogida, de igual a igual. Una cosa es tener una frontera y otra es callar la voz y la dignidad de los que quieren venir a compartir con nosotros, y que realmente necesitamos, aunque para llegar a estas conclusiones habría que verlos a la luz del Evangelio.

Hemos conocido a unas personas fuertes por necesidad, tanto mental como físicamente, sobre todo muchachos (varones), muy jóvenes (entre 16 y 25 años en su mayoría) que han pasado un viaje duro, del que no hablan mucho, para llegar a Ceuta, y que residen en el CETI (Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes). Hablando con ellos, se les ve animados, sonrientes, alegres… y la razón es porque tienen sus necesidades básicas cubiertas; irónicamente, todo un logro de nuestra sociedad. Apenas pensamos lo que dejan atrás, su mochila, y ponernos en su lugar, no podríamos aguantarlo, estamos acomodados. Los chicos (casi todos subsaharianos) venían a vernos a la Asociación Elín a las instalaciones donde residíamos, a las 16:30, andando varios kilómetros a pleno sol, pero como el que viene a su casa a descansar ilusionado todos los días, y con la excusa (y necesidad) de aprender el idioma. Esta convivencia se convertía a diario en una manera de conocernos, un juego para nosotros, una pelea de vida para ellos. Realmente puedo confirmar que ellos nos han enseñado más cosas a nosotros en esta semana, nos han mostrado cómo luchar por una vida digna sin decaer, que tienen ilusiones y que son fuertes, la fuerza que da la liberación de todo lo material, la sonrisa ante la incomprensión, un pasado duro, una historia que no hemos conocido ni seguramente han querido contarnos. Me he dado cuenta de lo frágiles que somos. Esta situación nos ha generado dolor en el alma, lágrimas a todo el equipo, y mucho desconcierto, pero al final allí los dejamos olvidados… Indudablemente, estamos acomodados.

Suerte de conocer a estas personas (así dice el estribillo de la canción en Elín), que nos hace más libres en este contexto nuestro acomodado, pero nos interpela a que hay una realidad más profunda que la frontera por la que hay que luchar. Después de este viaje, he comprendido que este lugar del mundo, donde se juntan el Norte y el Sur, África y Europa, podemos poner en práctica el Evangelio. Este espacio continuo de muerte y resurrección está tocado por la mano de Dios, un sacrificio humano como llamada de atención a que no estamos haciendo las cosas bien. De este viaje he comprendido que la frontera (esta de Ceuta y cualquier otra donde se produce muerte y rechazo al ser humano) en un lugar sagrado al que hay que ir, mirar, vivir, rezar…

También pasamos la frontera a Marruecos, andando, con numerosos controles de policía, un pasadizo que recuerda a un pasillo al ruedo, con vallas y pinchos, rifles y seguridad por todos lados, pero nosotros conseguimos pasar sin mucho problema, en 15 ó 20 minutos. Entiendo que porque somos personas «dignas», con pasaporte, DNI y que queremos ver algo en la otra parte que merezca la pena para nosotros, y tener una experiencia. La realidad del otro lado es bien distinta, sobre todo si eres subsahariano, de color, llegados de atravesar parte de África por motivos de haber nacido en un país en conflicto, con falta de oportunidades, guerras, hambruna o pobreza. Su vida no es digna porque han nacido no se sabe dónde. No tienen documentación digna (aunque sí de su país, pero no vale como la nuestra). Eso sí, tienen cara, huellas, corazón… y además sonríen continuamente, lo que a nosotros nos produjo lágrimas. ¿Qué incongruencia, no? Se encuentran atrapados, en situación de tránsito, viviendo en la calle o en las montañas cercanas, esperando que alguien les preste atención… o un milagro. Sus opciones son saltar al mar, esconderse en vehículos, ser niños en misión para sus familias, sin posibilidad de tener conocimiento, desarrollarse justamente, formarse o decidir por sus vidas. Estos son los mismos que una vez en Ceuta te sonríen sin parar y te dan las gracias por cualquier gesto, que te impregnan con amor su cultura y su raza. Repito que a nosotros nos produjo ganas de llorar, pero realmente lo que han conseguido en mí es otra manera de mirar el mundo y la misión que tenemos en él.

Había también chicos menores de edad. Personalmente, puedo decir, yo que tengo hijos de las edades de los chicos que allí he conocido, 23, 21 y 16 años, que esto me interpela en la urgencia de hacer algo, no puedo pensar que hay personas de estas edades viviendo en estas condiciones. Sentí la impotencia y ahora me molesta el recuerdo aquí en mi comodidad, lejos, pero tengo claro que algo se puede hacer. Desde aquí, ahora y después de este viaje tengo claro que no podemos mirar hacia otro lado.

Y qué decir de las mujeres y niños que permanecen o quedan en el tránsito atrapadas, o cuántas otras personas débiles no pueden acceder a esta realidad migratoria. Esto no aparece por ningún sitio, ni existe un sistema de protección. No me vale que las fronteras son necesarias. Sí debe haber fronteras, pero a la vez un sistema que permita el paso a las personas que quieran migrar con derechos, para tener una vida digna, y darles la oportunidad de ver lo que pueden aportar a nuestra sociedad.

Me despido con un gracias en mayúscula por todas las personas que trabajan en la frontera por la dignificación de los movimientos migratorios, y les dignifican con su trabajo, comunidades que trabajan en origen, congregaciones como las Vedrunas que nos acogieron en la Asociación Elín (Paula y Cande), los Javerianos, Cruz Blanca, Focolares… Personas que han entregado su vida por esta causa, olé y olé por ellos. No sabemos lo que tenemos, sólo vemos lo que nos interesa, aquí y ahora, pero hay personas que están más cercan del Reino de Dios de lo que nosotros nunca estaremos. La dignidad de las personas no se puede sustituir ni pagar con nada, en esta frontera de Ceuta y en otras cercanas, como Melilla, y en tantas fronteras donde se separan el norte y el sur, gritemos a todas direcciones que sólo se consigue la comunión entre hermanos con el acogimiento al prójimo, sea quien sea, venga de donde venga, entregándoles nuestro amor y comprensión.